sábado, 28 de mayo de 2016

LA ACTITUD COMO MANIFESTACIÓN DE LO QUE SOMOS

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     Todos los seres humanos, desde el momento de su gestación, poseen una carga socioafectiva que va desarrollándose a lo largo de la vida y se encuentra estrechamente ligada con la personalidad del individuo y su manera de afrontar las diferentes situaciones que se presenten a lo largo de la vida. A su vez, esa manera de accionar está influenciada por nuestras ideas, valores, conocimientos previos, considerando que existe también una base genética para ello.
     De acuerdo con lo expuesto anteriormente, cada persona posee un constructo de características que determinan el carácter de los sujetos, que van desde la fisiología propiamente dicha, hasta los conocimientos y experiencias previas. De todo ello, deriva la concepción de actitud, la cual, según Rodrìguez (1977), “es una organización duradera de creencias y cogniciones en general, dotada de una carga afectiva a favor o en contra de un objeto social definido, que predispone a una acción coherente con las cogniciones y afectos a dicho objeto”. Es decir, que la actitud, implica una reacción ante un estímulo o situación específica en un momento determinado, por lo cual se puede asume que actitud y conducta son elementos vinculados entre sí.
     En este sentido, han sido diversos los estudios y escritos con respecto a la actitud. De hecho, se ha tomado la actitud como punto de partida para el análisis de la conducta humana, pues, las actitudes son el reflejo de nuestra forma de ser, de ver el mundo y se manifiestan en nuestro accionar.
     Vallerand, señaló en 1994 que la actitud puede ser identificada de la siguiente manera:
a) es un constructo o variable no observable directamente; b) implica una organización, es decir, una relación entre aspectos cognitivos, afectivos y conativos; c) tiene un papel motivacional de impulsión y orientación a la acción -aunque no se debe confundir con ella- y también influencia la percepción y el pensamiento; d) es aprendida; e) es perdurable; y, f) tiene un componente de evaluación o afectividad simple de agrado-desagrado.

    Es decir, que la actitud puede ser o no observable y está determinada por factores intrínsecos y extrínsecos que implican procesos fisiológicos, cognitivos, afectividad y experiencias sociales. Ejemplo de ello es la actitud asumida por un estudiante de educación especial, con una condición de autismo que manifiesta una actitud agresiva ante determinadas situaciones de estrés y presión social. Es evidente que hay un componente fisiológico en donde existe una alteración neurológica que determina la condición de autismo, sumado a la falta de control y manejo emocional que pueda tener, sus limitados intereses en cuanto a la manifestación del afecto o rechazo ante personas y situciones, todo esto sumado  a un escenario en el que el estudiante no se siente “cómodo”, llevan a que deriven el él ciertas conductas y actitudes que para el entorno social son inadecuadas, pero, que en él como sujeto, representan un mecanismo de defensa ante la situación que le desencadena estrés.
     En el ejemplo anterior se evidencia cómo se conjugan diferentes elementos para dar paso a que se manifieste una actitud determinada.
     Además, otros dos aspectos que se suelen integrar en los fenómenos actitudinales son: a) su carácter definitorio de la identidad del sujeto; y, b) el ser juicios evaluativos, sumarios accesibles y archivados en la memoria a largo plazo (Zimbardo y Leippe, 1991). Es decir, que además de derivar de los elementos fisiológicos, emocionales y sociales, la actitud permite inferir acerca de la personalidad de un sujeto.
     Ejemplo de ello es el de aquellas personas que no se ríen ante un chiste, que para la mayoría puede ser gracioso. La seriedad ante la situación de chiste, es una actitud, y quienes rodean al sujeto en ese momento podrían pensar que está de mal humor, pero quien lo conoce, simplemente entenderá que es una persona seria, y eso puede observarse en la actitud asumida en ese momento.
     De acuerdo con los conductólogos, las actitudes pueden ser condicionadas. Según el paradigma del condicionamiento instrumental, una respuesta que forma parte del repertorio comportamental del sujeto puede ser reforzada. Así, aquellas respuestas que vengan acompañadas de consecuencias positivas para el sujeto tenderán a ser repetidas en mayor medida que aquellas que conduzcan a consecuencias negativas (Stroebe y Jonas, 1996).
     Un estudio clásico es el de Verplanck (1955) que encontró que el refuerzo verbal a través del reconocimiento diferencial de las opiniones de los sujetos producía una mayor frecuencia de declaraciones de opinión cuando éstas eran reforzadas positivamente.
     De acuerdo con lo planteado, las personas, pueden adecuar sus actitudes y adaptarlas a fin de asumir una postura operativa dentro de su entorno inmediato.
     De igual modo, es importante referir que las conductas están vinculadas a otros aspectos caracteriales como son: los valores, las opiniones, las creencias y los hábitos. En el primer caso, la relación actitudes – valores, nos permiten apreciar de manera positiva o negativa los acontecimientos que nos rodean. En el segundo caso, actitudes – opiniones nos permite emitir conceptos de acuerdo o desacuerdo ante diversos planteamientos. En el tercer caso actitudes – creencias consiste en el ejercicio de una actitud respondiendo a una convicción específica con respecto a un objeto o a una realidad; y la última relación actitudes – hábitos, se refiere a que tanto los hábitos como las actitudes son relaciones conscientes, aunque los últimos trascienden del ejercicio consciente al ejercicio mecánico de una acción determinada.
     Para concluir, es importante señalar que nuestras actitudes influyen directamente en nuestro proceso de socialización, en el ejercicio profesional, en el resguardo y cuidado personal; en fin, en todas las dimensiones de nuestra vida. Una actitud adecuada y positiva, nos permitirá ser adultos operativos y asertivos, con habilidades sociales que nos conduzcan al éxito personal.

 
    
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