La Resiliencia
Uno de los conceptos que ha recibido más
atención en la psicología de los últimos años es el de “resiliencia”. Básicamente, hace referencia al grado de
“dureza psicológica” de una persona ante eventos
estresantes y a su capacidad para resistir y afrontar adecuadamente la
adversidad. Las personas con una alta resiliencia son capaces de
adaptarse a circunstancias que pueden suponer un desafío, movilizando una
amplia gama de recursos cognitivos y emocionales con los que atender a los
retos que se les plantean.
En este sentido, se trata
de personas que pueden identificar cuáles son las demandas que plantea un
evento potencialmente estresante, que cuentan con estrategias adecuadas de
solución de problemas y que, de manera flexible, consiguen ajustar su respuesta emocional a lo que requieren los
acontecimientos, por ejemplo, generando emociones positivas y
manejando adecuadamente las negativas. Es decir, personas que a pesar de haber
pasado por experiencias potencialmente dolorosas y traumáticas, como una
enfermedad grave, eventos y situaciones en los que se han visto en peligro o
circunstancias interpersonales y sociales adversas, han logrado salir adelante,
muchas veces fortalecidos.
Es indiscutible que la amplia atención que
está recibiendo hoy en día el concepto de “resiliencia” tiene mucho que ver con
las circunstancias en las que se encuentra nuestra sociedad.
Partiendo de allí y en la medida de lo posible, el bienestar debería
enseñarse en la escuela porque sería un antídoto contra la incidencia
apabullante de la depresión, una forma de aumentar la satisfacción con la vida
y una ayuda para aprender mejor y practicar el pensamiento
creativo. Martin Seligman.
La resiliencia en la escuela
Tradicionalmente, en la escuela ha predominado la detección de defectos
(dichoso bolígrafo rojo) en lugar de la identificación de fortalezas, sobre
todo a nivel estrictamente académico. Pero para promover la resiliencia se han
de favorecer climas emocionales positivos y optimistas en los que el alumno se
sienta seguro y responsable, sin estar ello reñido con la debida exigencia.
Esta escuela resiliente proactiva ha de contar con docentes que sepan acompañar
el proceso de evolución personal de sus alumnos y que acepten y sepan gestionar
la diversidad y la complejidad de las relaciones entre los distintos colectivos
(profesores, alumnos o familias).
La resiliencia se trata de un aprendizaje que puede darse durante
toda la vida y, más allá de las particularidades de cada uno, todos podemos
aprender a ser resilientes. Y de la misma forma, todos los niños,
independientemente que estén inmersos en problemas o no, pueden beneficiarse de
los programas educativos que promuevan la resiliencia, capacidad imprescindible
no sólo para el desarrollo exitoso del alumno sino también del docente.
La base cerebral de la resiliencia
Las investigaciones han demostrado que la mayor capacidad para
sobreponerse a la adversidad proviene de una mayor activación de la región
izquierda de la corteza prefrontal respecto a la región derecha. Una persona
resiliente puede llegar a activar hasta treinta veces más su región prefrontal
izquierda que otra con baja resiliencia (Davidson, 2012). Además, las personas
que se recuperan rápidamente de las adversidades muestran conexiones más
fuertes (más materia blanca) entre la corteza prefrontal y la amígdala (ver
figura; Davidson, 2012). La corteza prefrontal atenúa las señales emitidas
ligadas a las emociones negativas de la amígdala y, de esta forma, permite al
cerebro planificar sin la distracción de las emociones negativas (Kim y Whalen,
2009). No hemos de olvidar que el desarrollo de las funciones
ejecutivas está ligado al proceso neurocognitivo de maduración
del lóbulo frontal que se alarga más allá de la adolescencia.
Cultivando la resiliencia
A continuación, se enumera algunos factores que se cree que se debe
fomentar en el proceso de construcción de la resiliencia en el aula. Aunque se
puede utilizar la hora destinada a la tutoría para realizar actividades para
mejorar la resiliencia, cualquier oportunidad es válida para impulsar este
proceso y esto se puede dar en cualquier asignatura. Como se comento anteriormente, el beneficio será
general, independientemente que el alumno se encuentre ante una adversidad o
no.
· Siempre positivos. Tradicionalmente la educación se ha restringido a detectar y
remarcar los aspectos negativos del alumnado (el subrayado con bolígrafo rojo
que se comento antes) en detrimento de los positivos. Pues bien, una educación
orientada a mejorar la resiliencia tendría que optimizar las fortalezas y
virtudes del alumno que le permitan adoptar una actitud positiva.
Independientemente de los condicionamientos genéticos, se puede aprender a ser
más optimista e interpretar las dificultades como retos. De lo contrario, las
creencias negativas pueden condicionar el aprendizaje adecuado.
· En la clase se ha de respirar seguridad. El profesor ha de generar en el aula un clima
emocional positivo y seguro que permita al alumno sentirse respetado, apoyado y
querido. La puerta abierta a la esperanza que supone la plasticidad
cerebral ha de generar siempre en el docente expectativas
positivas sobre sus alumnos (efecto
Pigmaliónpositivo). Además, los alumnos no han de ser meros
elementos pasivos del aprendizaje, sino que han de ser protagonistas del mismo
y han de participar en las decisiones que se tomen en el aula.
· Las relaciones siempre sanas. Se ha de fomentar las relaciones entre compañeros en las que
predominen la comunicación, el respeto, la empatía y la cooperación, en
detrimento de la competición. Cuando se da importancia a estos aspectos
socioemocionales, que por otra parte son imprescindibles en la formación del
ciudadano del mañana, y se fomenta el trabajo colaborativo, es más sencillo
resolver los conflictos que puedan surgir y se facilita aprendizaje. Nuestro
cerebro es social y la promoción de la resiliencia es una tarea colectiva
(Forés y Graells, 2008).
· El cambio es posible. Como la vida constituye un proceso de transformación continuo, en el
aula hemos de aceptar y suscitar un pensamiento crítico y creativo que permita
visualizar nuevas posibilidades. Las ideas novedosas y diferentes facilitan el
progreso y abren un mundo lleno de esperanza.
· Todos nos equivocamos. Cuando se asume con naturalidad que el error forma parte del
proceso de aprendizaje, aprendemos a tomar decisiones con determinación. Se
disfruta el proceso y no nos afecta negativamente el no obtener un determinado
resultado porque sabemos que el análisis de la situación nos permitirá mejorar.
· Fomentemos la autonomía. El alumno ha de aprender a ser autónomo y saber distanciarse de
opiniones negativas que le puedan perjudicar. Para ello es imprescindible su
mejora en la autorregulación emocional y, en concreto, es muy importante la
técnica del autorrebatimiento que
permite, mediante el diálogo interno, analizar y relativizar el sentimiento
provocado por una emoción negativa. La mejora del autocontrol ayuda en la lucha
contra el tan temido estrés crónico (Lantieri, 2009).
· ¡Sonríe, por favor! Cuando somos capaces
de relativizar las situaciones con sentido del humor, mejora nuestro bienestar.
Aunque es difícil demostrar que el humor tiene beneficios terapéuticos, sí
podemos afirmar que mejora la resiliencia de las personas y ayuda a disfrutar
más de la vida (Forés y Grané, 2012). El docente que entra en el aula con una
sonrisa natural tendrá más posibilidades de generar un clima emocional positivo
y facilitar así el aprendizaje.
La teoría en la práctica
Para alcanzar la resiliencia, en particular, y la madurez emocional, en
general, es imprescindible un cambio de mirada que nos permita reemplazar los
pensamientos negativos por positivos. Pues bien, el padre de la nueva
Psicología Positiva, Martin Seligman, ha dirigido el Programa de Resiliencia de
Penn aplicado en institutos de secundaria, cuyo principal objetivo es el de
aumentar la capacidad de los estudiantes para enfrentarse a los problemas
cotidianos habituales durante la adolescencia. Los resultados analizados
indican que el programa enseña a los estudiantes a ser más realistas y
flexibles ante los problemas surgidos, a tomar mejores decisiones, a ser
asertivos y, además, reduce y previene la ansiedad, la depresión y los
problemas conductuales en los jóvenes (Seligman, 2012).
A continuación, presentamos tres actividades que pueden realizarse en el
aula para mejorar la resiliencia:
1) Las tres cosas buenas
El propio Seligman nos aporta un ejercicio utilizado en el plan de
estudios de su programa de resiliencia. Se indica a los estudiantes que
escriban todos los días tres cosas buenas que les haya sucedido durante una
semana, aunque tengan poca importancia. Al lado de cada comentario positivo han
de responder a las siguientes preguntas: “¿por qué pasó esta cosa buena?”,
“¿qué significa para ti?”, “¿qué puedes hacer para que esta cosa buena se
repita en el futuro?” (Seligman, 2012).
2) Superando dificultades
Cada alumno debe elegir un tema que le preocupe y ha de describirlo en
pocas líneas. Cada alumno expone su caso y entre todo el grupo se escoge una de
las situaciones para trabajar. Se van analizando las dificultades expuestas por
el alumno para, entre todo el grupo, encontrar las reacciones más adecuadas y
efectivas para superar la dificultad (Güell, Muñoz, 2010).
3) El cine y la resiliencia
Se elige una película que haga referencia a situaciones duras de la vida
que se superaron con la actitud adecuada y se analiza. No necesariamente ha de
ser una gran película, pero sí ha de permitir el análisis de una determinada
situación práctica útil y significativa. Como ejemplo, podemos poner Manos
milagrosas: la historia de Ben Carson (Carter, 2009) que relata sin
grandes artilugios la vida de Ben Carson, un niño afroamericano que se
crió en los suburbios de Detroit sin grandes esperanzas (a priori) y que, con
el esfuerzo de una madre resiliente, acabó siendo uno de los mejores
neurocirujanos del mundo.
Conclusiones finales
Como nos explica Cyrulnik en la historia inicial, la superación de una
adversidad requiere el encuentro con una persona significativa, por lo que
hablar de resiliencia a nivel individual no es adecuado, sino que hemos de
hablar de un proceso en el que el niño, el alumno o la persona va creando
la resiliencia a través de su evolución. Desde la perspectiva educativa,
la escuela resiliente se ha de caracterizar por brindar apoyo y afecto (Henderson,
Milstein, 2005), pero nuestra responsabilidad reside en cómo afrontamos los
problemas, no en los problemas mismos que nos surgen. La aplicación de las
premisas que aporta la nueva Psicología Positiva para el desarrollo del
bienestar, resulta imprescindible en los entornos socioeducativos resilientes,
dentro de un marco de educación emocional global que se nos antoja tanto o más
importante que la educación estrictamente académica o conceptual que a menudo
se imparte. Desde esta perspectiva optimista, la escuela se impregna de
esperanza, alegría, altruismo o creatividad y colabora en el proceso de
formación de personas íntegras y felices. Anna Forés y Jordi Grané lo resumen
muy bien (Forés y Grané, 2008): “La resiliencia es más que resistir, es también
aprender a vivir”.
Publicado por Profesora: Judelys López
Psicopedagoga de niños, niñas y adolescentes en condición de refugiado
del MINAMB.
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